martes, 5 de junio de 2012

Reseña "Mercaderes del Litoral" de José Carlos Chiaramonte


La obra de Chiaramonte se centra a partir del análisis de la economía correntina viendo la relación entre la naturaleza histórica de su clase dirigente y el estado provincial entre 1821, momento en el que la provincia adquiere su autonomía soberana, y 1838, cuando las guerras contra Entre Ríos, Santa Fe y Buenos Aires producen una serie de cambios drásticos para la situación interna de la provincia. El disparador que permitió a Chiaramonte realizar esta obra es que analizó el momento en el cual el gobernador de la provincia de Corrientes Pedro Ferré, realizó alegatos en favor de una política proteccionista, amenazando romper la relación con Inglaterra, abandonando el libre cambio e inclusive amparando el desarrollo industrial de las provincias rioplatenses a través fundamentalmente del manejo de relaciones económicas con el exterior y el comercio exterior, esa acción del gobernante le permitió al autor estudiar la naturaleza del grupo social había detrás de estos movimientos.
Asimismo otros motivos por los cuales el autor decidió trabajar estos temas es la importancia que desempeñó Corrientes en las disputas por una organización nacional, su rol como principal resistencia a Buenos Aires, y su sorprendente capacidad de financiación de ejércitos y grandes gastos públicos.
Al adentrarnos en el texto vemos que si bien éste carece de una coherencia en la organización de sus partes (ya que es una suma de trabajos realizados por el autor entre 1970 y 1985) posee una coherencia temática profundizando en un análisis de detalles económicos apoyado en un elevado número de gráficos, tablas y cuadros que ilustran perfectamente los planteos desarrollados en el libro. Vale aclarar que esta obra es el cierre de corte económico que el autor comienza en 1970 con Nacionalismo y liberalismo económicos en Argentina, 1860-1880” (1970)[1], y que concluye con “Mercaderes del Litoral”.
Por lo tanto podemos decir que su producción historiográfica convergió en cuatro temas centrales: “Historia de la política económica, en la que examinó uno de los más fuertes movimientos de nacionalismo económico que existieron en Argentina
en la segunda mitad del siglo XIX, su excepcional intensidad y su pronto fracaso. “Historia de la Ilustración, en el que su aporte innovador ha consistido en ampliar el registro de corrientes y modalidades del pensamiento del siglo XVIII y comienzos del XIX de manera de superar los lugares comunes de la influencia del enciclopedismo francés y del liberalismo inglés, o de la neo escolástica española del siglo XVI. “Historia social y económica regional, en el que su principal aporte fue el de superar la ambigüedad del concepto de región de manera de exponer las modalidades de la producción, finanzas y comercio antes de la organización nacional argentina. Y finalmente  “Historia de la formación de los estados iberoamericanos”, donde su principal innovación fue demostrar que detrás del rótulo de federalismo, en tiempo de las independencias, se encontraban tendencias confederales, de modo que en el caso de Hispanoamérica, las principales entidades soberanas emergentes de la crisis de la monarquía no fueron las actuales naciones, sino ciudades y/o provincias soberanas proclives a uniones en forma de confederaciones
Volviendo a “Mercaderes del Litoral” en su Prólogo, escrito en 1991, el autor pone de relieve una serie de pautas para entender la situación correntina. Más allá de la aparencial presencia de Corrientes como proteccionista, interesada por una nación e institucionalmente avanzada para la época, que algunos lo interpretaron como reflejo del desarrollo del capitalismo en la provincia, Chiaramonte cuestiona esta afirmación  preguntándose si Corrientes fue una expresión real de nacionalismo o solo una defensa de su provincialismo resguardada en reivindicaciones nacionales que no irían más allá de lo que pudieran satisfacer sus necesidades provinciales
Los ejes para analizar estos aspectos es ver la pervivencia de fuertes rasgos coloniales de la elite de la provincia de Corrientes fundamentada sobre el capital comercial  y que en la región no hubo un capitalismo ya que las las instituciones fueron reflejo sólo de una situación precapitalista.

La cuestión regional, industrias y producción agropecuaria
En la Introducción de la obra (que es una ponencia presentada en el Seminario “La cuestión regional como cuestión nacional en América Latina” organizada por el Colegio de México en 1981) Chiaramonte despliega alguna de las principales hipótesis acerca de la cuestión regional, introduciendo la situación de las provincias del Río de la Plata que a partir de 1820 se constituyeron en soberanías autónomas sobre la base de la ciudad-provincia-la única unidad político-social relevante en este periodo- de Estados autónomos como punto de partida para una organización político-institucional del país. (Goldman-Salvatore, 1998) [2]
Esta situación particular de Corrientes se explica, en parte, porque ella no sufrió los efectos devastadores de las luchas civiles posteriores a la independencia que, sumada a su geográfica privilegiada, le permitió poseer una diversificada producción, predominantemente agrícola en el noroeste de la provincia, junto con una producción ganadera relevante en el sur, semejante a Entre Ríos, donde se desarrolló una considerable expansión ganadera.
En la primera parte del libro Chiaramonte se introduce en el análisis de la economía y la sociedad provincial entre las décadas de 1820 y 1840. Chiaramonte ha tenido que lidiar con la carencia de bibliografía previa de un nivel mínimamente aceptable y, además, con la ausencia de otros estudios semejantes para otras provincias de la región.
En esta parte vemos que la producción agrícola de Corrientes esta caracterizada por el algodón (aunque no goce de buena calidad), tabaco, caña de azúcar, maíz, mandioca, bananas, cítricos, vegetales, yerba mate (principalmente en región misionera), arroz y maní. Estos productos, además de satisfacer la demanda interna, encontrarán salida en otros mercados (provinciales y exteriores), en tanto que los productos que principalmente se exportaran son tanto el tabaco como los cítricos. Como afirma Gelman las exportaciones de Corrientes reflejan que si hasta fines de los 20 tienen un perfil diversificado manufacturero/agropecuario (suelas, tabaco, cigarro y yerba) luego se acentuará el perfil ganadero[3]. (Gelman, 2000)
Esta riqueza de recursos de la provincia también nos permite explicar la presencia de una fuerte producción artesanal, sobre todo, de origen doméstico. Las familias son unidades de producción casi autosuficiente, la carencia de moneda las incentiva al trueque; Chiaramonte menciona que la apertura del libre cambio afecta a la industria local  afectando mayoritariamente a esa producción doméstica.
Como afirma Halperín Donghi la ciudad vive sobre todo del comercio y la navegación, su industria naval (generalmente a manos de extranjeros y de menor importancia que la curtiembre) se da mayormente por artesanos con un alto grado de especialización y carpinteros encargados de la producción y reparación de navíos. Dicha actividad se ejercía cerca de los bosques a orillas del Paraná en las afueras de la ciudad donde se accedía fácilmente a las materias primas. Asimismo Corrientes tenía un comercio muy activo: luego de la expulsión de los jesuitas comerciantes correntinos compiten con éxito notable con los asunceños en el tráfico de yerba y algodón de las Misiones (Halperín, 1972).
El desarrollo institucional avanzado de Corrientes, a diferencia de las demás provincias que cayeron bajo el imperativo de caudillos, se manifestaba en el respeto a las facultades de las autoridades, a los períodos de duración de cada gobierno, a la transición a las nuevos representantes electos, hecho explicable, en parte, por la pervivencia de la misma elite de mercaderes que mantiene rasgos coloniales. Como afirma el autor, el gobernador Ferré –ex artesano naval- no puede ser considerado caudillo, “no en virtud de su personalidad sino por su inserción en un estado provincial mejor controlado por la elite” (Chiaramonte, 1991)[4]. El lugar de caudillos tenemos en Corrientes “burguesías mercantiles provinciales que ni siquiera habían logrado cohesión regional” (Chiaramonte, 1991) que vivían escindida por su tendencia a la autonomía. La situación de anarquía dejada por la influencia de Artigas (que pudo dejar abierta la posibilitad de ascenso al poder de un caudillo que garantice el orden en la región) permitió la intervención de este grupo mercantil.
Esta situación también se explica por la situación económica que favoreció esa continuidad dado que el excelente manejo fiscal durante el período consolidará aún más esas instituciones del estado correntino que, contando con el buen manejo fiscal, evitará perjudicar a los sectores ganaderos, exportadores sobre todo de cuero[5].
Otro factor que explica el afianzamiento del control social en la sociedad correntina es el “mayor gasto militar en Corrientes-mayor en proporción y también en volumen real- que contribuyó al afianzamiento del orden social, y no a la “anarquía, en virtud del tipo de la estructura política en el desarrollo desde el primer momento de existencia del estado autónomo”. (Chiaramonte, 1986).
Con respecto a la población, en Corrientes hubo un importante crecimiento demográfico, sobre todo, en la región de la campaña, explicable, en parte, por la expansión ganadera del sur. Vale aclarar que si bien el autor relativiza el aspecto por la baja densidad demográfica de la provincia es interesante la presencia cada vez más fuerte de extranjeros como ingleses, franceses, italianos que se van a dedicar justamente al comercio o al transporte. Precisamente  uno de los argumentos de Ferré en las discusiones con los defensores de Buenos Aires y su librecambismo a favor de un proteccionismo fue, que a falta de decisiones nacionales, se permitió la entrada de estos extranjeros que se apropiaron de los recursos y que a través del comercio con el exterior importaron productos que destruían a la industria local. Esta repercusión y la constante queja por la apropiación del comercio nos permiten entender que la provincia dependía fuertemente de esta actividad.   
La falta de moneda que a causa de las fuertes importaciones se van al exterior, provoca que se pague los salarios en un porcentaje en especie y otra en moneda evitando la fuga o salida de moneda (considerado al metálico como la fuente de la riqueza) a través del radical proteccionismo que practicará la provincia a partir de 1830. Sin embargo, a pesar de esta política se continuará la escasez de metálico constituyéndose en una de las causas que explican el sistema muy peculiar de arraigamiento de la peonada en las haciendas.
Vale aclarar, que es inexistente tanto el mercado de tierras como el de trabajo, es decir, el dinero en la economía correntina no es el mecanismo por el cual se asignan los recursos productivos, por lo que no estamos en presencia de capitalismo. Se ve que aún mucha población fuera de este tipo de relaciones, que viven de la autosubsistencia, por lo que existen relaciones sociales de producción paralelas a las capitalistas.

La utilización de medios de coacción extraeconómicos
 En Corrientes vemos que existe una movilización de las peonadas. El problema fundamental para la época era la necesidad de arraigar a esa población o asentarla dado el problema de escasez de mano de obra. Esa movilización se acentúa con las guerras de independencia, cuando a su vez se difunden ideas igualitarias. Chiaramonte, en consecuencia, nos refiere a una ausencia de un mercado libre de trabajadores existiendo un proceso de coacción extraeconómica para frenar la movilidad rural. Una de las condiciones para la existencia de asalariados es que haya una masa de personas que carezcan de medios propios de autosubsistencia donde en un contexto de avance del capitalismo, es necesaria esa masa de hombres obligados a la necesidad de trabajar. Por lo que la utilización de medios de coacción extraeconómicos refleja justamente que no están dadas las condiciones económicas para el surgimiento del capitalismo.
Karl Marx en el prólogo a la “Contribución crítica de la economía política”, explicaba que para pasar de un modo de producción a otro, ante todo, deben desarrollarse hasta su límite las fuerzas productivas del modo anterior, y debe surgir una base mínima para la instauración de un nuevo modo. En este caso, la primera condición existe, la segunda no. La base mínima es la existencia de una mano de obra o de asalariados, es decir un mercado libre de trabajo. Como afirma Chiaramonte, la economía correntina no es ni feudal, ni capitalista sino que es una situación intermedia, pero no una transición, ya que dicha transformación se escindió o se estancó porque no están dadas esas condiciones básicas para que se realice ésta.
Por lo tanto, lo que existiría en Corrientes es un modo de producción precapitalista caracterizado por la existencia de medios de coacción extraeconómicos [6] donde los “propietarios de la tierra y sus representantes políticos debieron ir tejiendo en el agitado panorama social rioplatense para superar la crisis productiva de mediados de la década de 1810.
Por otro lado, siendo los hacendados los principales demandantes de mano de obra en la expansión ganadera, llegando a un acuerdo paternalista o privado con estos trabajadores en el que estos residirán en las estancias y serán protegidos por el estanciero de la presión del estado. A cambio, estos trabajarán una vez cada tanto según las necesidades temporales del campo de excesiva mano de obra.
Si observamos la situación previa a la ayuda de los ganaderos, esta población ya estaba asentada en las tierras, sin cuestionarse si poseían dueño o no. El Estado, que quiere fomentar la producción, los presiona para que produzcan. De esta manera surge una movilización de estos grupos, que tratan de evitar esa presión asentándose en otros lugares donde vagabundean constantemente para escapar de esta presión.
Al mantener sus propios ritmos de trabajo, controlan sus productos de origen domésticos tabaco, textiles, alimentos, azúcar y vendiendo sus productos  a mercaderes. Estos aprovechan a su vez de su monopolio, la no existencia de un mercado unificado, la carencia de metálico, permitiendo al mercader dominar la producción. Éste, a su vez,  habilita a la producción a través de un “sistema de crédito”, en el que le paga por adelantado (ya sea con dinero o mercancías) lo que retirará al final de la producción, pero con altísimos intereses, pagándole mucho menos de lo que luego el mercader obtiene vendiéndolo en el mercado.

Política fiscal
La segunda parte de la obra da cuenta de la política económica, las finanzas públicas y el orden social. El cambio drástico se da 1830 y 1831, con la conjugación de una recaída de la economía correntina más las disputas con Buenos Aires en torno a la cuestión de la organización nacional. Corrientes adoptará medidas fuertemente proteccionistas para ayudar a su economía, y a su vez atacar a la política librecambista de Buenos Aires. Para ello se elevaron fuertemente los aranceles a las importaciones ya sea de productos extranjeros como de otras provincias, negándole  la entrada a algunos productos que se elaboraran a nivel local[7] directamente intentando “eliminar el déficit comercial mediante el estricto control del gasto público” (Schmit, 2000). El resultado de estas políticas fiscales es un gran crecimiento de los ingresos públicos, en consecuencia sin una endémica deuda que podían solventar gastos ordinarios, como extraordinarios, ya sea movimientos militares, ayudar a otras provincias. En el caso de necesidades a corto plazo para los cuales tomaron créditos fueron pagados a corto plazo. Este excelente manejo fiscal es reflejo de la mentalidad mercantil tradicional monárquico de evitar la salida de dinero[8].
De este modo los gobiernos correntinos mantuvieron hasta 1841 una política arancelaria muy activa de protección de sus industrias locales y de limitación a las importaciones en pos de mantener una balanza comercial favorable pero, que pese a estos logros, los límites del sistema proteccionista eran bastante estrechos ya que “las exportaciones debían expandirse constantemente para evitar caer en déficit de la balanza comercial” (Schmit, 2000)

Naturaleza del Estado y las elites
Existe en Corrientes una ambivalencia en el Estado, que, por un lado, obliga los sectores populares a tener un ritmo de trabajo o disciplina pero que, al mismo tiempo, le es imposible asentarlos definitivamente dada su constante movilización por lo que se reconoce que la mejor solución sería apoyar los acuerdos privados entre la hacienda y estos sujetos a través del proteccionismo.
Socialmente, vemos, sectores populares que desean mantener su ritmo de trabajo o no ser proletarizados; haciendas en crecimiento que necesitan mano de obra, y van ocupando los recursos a lo que no los pueden transformar en proletarizados, poniendo de manifiesto, como vimos, la existencia de una tensión en la transición. La única solución que tienen estos sujetos es la de pactar ya que se están quedando sin posibilidades de mantener su ritmo de trabajo (dada la presión estatal). A su vez, los hacendados no pueden transformarlos en proletariados porque todavía tienen posibilidades aún de libertad originando una creciente tensión entre estos dos actores sociales.
Vemos, por lo tanto, un Estado de ambivalencia generalizado, (bajo la apariencia de la modernidad tenemos una continuidad muy fuerte de elementos coloniales), que, tanto en su política con las demás provincias como en sus discursos proclama una defensa de la organización nacional, pero en la práctica política lo hace en nombre de su soberanía.
De esto se infiere la naturaleza de la clase dirigente que posee la misma ambivalencia, ya que favorecen al desarrollo del capital, pero a su vez lo limitaban al tomar medidas que restringen la transición hacia el capitalismo ya que, como mencionamos, su solidez como grupo no proviene de una modernidad, sino de la pervivencia de grupos de mercaderes al estilo del período colonial.
Esta característica de la clase dirigente se ve reflejada en muchos aspectos (por ejemplo en lo institucional) donde la constitución o las leyes principales hacían referencia a la máxima modernidad o a las ideas de la ilustración política, pero en las prácticas o en las aplicaciones de la ley en situaciones concretas eran fiel reflejo de la época colonial. Lo mismo, sucede con el status jurídico de las personas donde, aunque las leyes declaran la igualdad, en el trato cotidiano siguen imperando condiciones de status.

Conclusión
En suma, lo que encontramos en Corrientes es una provincia que resistió mejor los sacudones de la independencia en la medida en el hecho de que el grupo de mercaderes (que manejaban el comercio y también la producción mercantil de la ciudad/capital) logró ejercer el control sobre el espacio regional e inclusive aplastar tempranamente la rebelión de caudillos militares y la coalición rural del sur de la provincia.
La clase dirigente atacó a la vagancia recurriendo a medios arcaicos como la presión militar para que cultiven cierta cantidad de tierras, o bien, la admisión de la existencia de relaciones paternales o clientelares. Esta acción es reflejo de la ausencia de un mercado libre de trabajo pero también de que existen grupos que viven de la autosubsistencia, siendo un  reflejo de la falta de un mercado de tierras (reflejo también que los trabajadores poseen los medios de producción por lo que no estamos en presencia del capitalismo). Por todos los datos mencionados es claro que no existe modernidad en sus instituciones; su integración institucional es resultado de no haber sufrido el proceso de desintegración que vivieron las demás provincias; ya que a partir de nuevas circunstancias desde 1820 los grupos que pervivieron, cuyos orígenes son de la época colonial, se reconsolidaron. En consecuencia, hay un predominio del capital mercantil (donde provienen los miembros que constituyeron la dirigencia provincial) cuyas pretensiones de organización nacional no son reflejo de un capitalismo desarrollado, sino de un fuerte arcaísmo vinculado a una continuidad social colonial, que utilizó determinados discursos (aparentemente modernos) para defender intereses económicos.
Por lo tanto, a partir de las características de la clase dirigente de Corrientes “se habría de construir un estado provincial notable en su época por la solidez institucional, el control de los grupos populares, el alto grado de legalidad en la vida interna, la eficacia de las finanzas públicas y de la política económica en general, así como la independencia y firmeza de su política frente a Buenos Aires” (Chiaramonte, 1986).
Chiaramonte al terminar esta obra (que escapa a una visión restringida de la historia económica y de la historia regional haciendo uso de un bagaje largamente construido) concluye que a lo largo del estudio de la economía y sociedad de esta provincia, lo que existía allí no era simplemente una provincia sino un "Estado" con una clara fundamentación constitucional de su soberanía, aspectos que profundizará posteriormente en sus estudios al tratar la cuestión regional como cuestión nacional describiendo el proceso de construcción de los “Estados nacionales”.



















Bibliografía:

CHIARAMONTE, José Carlos: "Legalidad constitucional o caudillismo: el problema del orden social en el surgimiento de los estados autónomos del Litoral argentino en la primer mitad del siglo XIX", Desarrollo Económico, 102, 1986, pp 175-196.

CHIARAMONTE, José Carlos: “Mercaderes del Litoral, Economía y sociedad en la provincia de Corrientes, en la primera mitad del siglo XIX”, Buenos Aires, F.C.E.,1991.

CUADERNOS DE HISTORIA REGIONAL, Universidad de Luján, 1992, número 15.

GELMAN, J., “El Mundo Rural en Transición”, en Nueva Historia Argentina, T. III, Buenos Aires, Sudamericana, 2000, pp 71-101.

GOLDMAN, N. y R. SALVATORE (comp): “Caudillismos rioplatenses. Nuevas miradas a un viejo problema”, Eudeba, Bs As, 1998.

HALPERÍN DONGHI, T: “Revolución y guerra. Formación de una elite dirigente en la Argentina criolla”, Buenos Aires, Siglo XXI, 1972.

SCHMIT, R.: "El comercio y las finanzas públicas en los estados provinciales", en Nueva Historia Argentina, T. III, pp 125-157.



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[1] Algunas obras que comprenden este período son: “Pensamiento de la Ilustración, Comp., prólogo y notas”, Caracas, Bibl. Ayacucho, 1979; “La crítica ilustrada de la realidad”, Buenos Aires, CEAL, 1982; “Formas de sociedad y economía en Hispanoamérica”, México, Grijalbo, 1983; “La Ilustración en el Río de la Plata”, Buenos Aires, Punto Sur, 1989.)

[2] En “Caudillismo Rioplatense” Goldman y Salvatore afirman que el conjunto de normas fiscales, legislativas y políticas que las provincias se otorgaron, luego de fracasados los primeros intentos de constituir un Estado Rioplatense, dan testimonio de los esfuerzos por parte de las elites locales por consolidar, más allá de la voluntad de los caudillos, espacios soberanos de poder
[3] En las zonas noroccidentales , de vieja colonización, predomina la producción mixta de pequeños productores de autosubsistencia y para mercados locales, con algunas haciendas complejas y, hacia el sur se extiende la zona de crecimiento reciente de estancias ganaderas.
[4] Como menciona Chiaramonte Ferrer no era un militar, tenía incapacidad para ese oficio y, que además, poseía una manifiesta antipatía hacia los hombres de armas.
[5] Las tasas de aduana para la exportación serán bajas ya que, según Chiaramonte, esta es una de las causas de estabilidad. Además el gobierno era previsor del stock ganadero de la provincia ya que según el nivel de este subía o bajaba la tasa, para evitar la perdida de stock. (o a veces por casos de necesidad militar).
[6] La utilización de medios extraeconómicos, impide o frena la transición a un modo capitalista en el que se caracteriza por tener medios de coacción económicos, inherentes en la producción.

[7] Entre estos productos se encontraban el aguardiente, el azúcar, los licores, la ropa y los calzados. En 1833 se agrego la prohibición del ingreso de yerba brasilera.
[8] Como marca Roberto Schmit dentro del modelo financiero quedo muy marcado el peso abrumador que tenía el ingreso aduanero. A comienzo de los 20 este rubro cubría el 85,99 por ciento de los ingresos, fluctuando durantes las tres décadas siguientes y cayendo en los magros años de bloqueos comerciales a un 50 por ciento de los ingresos.

martes, 15 de mayo de 2012

Marcela Ternavasio, “La revolución del voto. Política y elecciones en Buenos Aires 1810-1852”, Buenos Aires, Siglo XXI, 2001.


Marcela Ternavasio, “La revolución del voto. Política y elecciones en Buenos Aires 1810-1852”, Buenos Aires, Siglo XXI, 2001.

En esta obra Marcela Ternavasio[1] plantea y describe el proceso de electoral que fue organizando el nuevo régimen representativo después de de 1810 a través del examen de los cambiantes regímenes electorales y de las prácticas autorizadas planteando una  interpretación general de la peculiar naturaleza de la sociedad bonaerense en su tránsito del Antiguo régimen a la modernidad.
Para este arduo trabajo, la autora ha abordado diversas fuentes tanto cuantitativas y cualitativas, vale destacar por ejemplo: Ley de Elecciones, Bs As, 14 de agosto de 1821, Leyes y decretos promulgados en Bs As desde 25 mayo 1810 a fines diciembre 1835, Diarios de época (“El tiempo”, “La gaceta mercantil”), Elecciones (actas, padrones, escrutinios, registros), Correspondencia entre Lavalle y Rosas, Diarios de Sesiones de la Junta de Representantes 1829-1832, Proyecto de Constitución provincial presentado por un grupo de federales en la Sala de Representantes en 1833, Mensajes del Gobernador Rosas a la legislatura y Correspondencia de Rosas con sus subordinaos días antes de las elecciones.
A partir de un acercamiento explicativo a la gran pregunta que gira en torno a la disputa por el poder político, tomando como principal punto de observación las acciones desplegadas por los grupos involucrados en los procesos electorales y los efectos que generaron tales acciones y las representaciones elaboradas a partir de ellas en la dinámica de funcionamiento del sistema político, la autora propone por lo menos dos hipótesis que se apartan sustancialmente de la visión tradicional,  aún deudora en gran medida de las grandes construcciones interpretativas del siglo XIX.
En primer término, la historiografía tradicional ha relegado a un segundo plano los procesos electorales y el rol de las instituciones en el desarrollo político de los estados, a lo cual Ternavasio propone el restituir las instituciones políticas y los regímenes electorales a un lugar destacado en el desarrollo político del Río de la Plata, ya que han jugado un papel decisivo sobre el desarrollo político de la institucionalidad “formal” adoptado por el Estado.
En segundo lugar, intentará reinstalar el tema del caudillismo en el marco de una reflexión diferente, explicando cuáles fueron los mecanismos formales e informales que, asociados al sufragio y fuera de los mecanismos típicos de coacción, que hicieron posible el tránsito de un régimen notabiliar a uno de unanimidad en el Estado de Bs As concluyendo en una análisis sobre la legitimación sobre la que Rosas fundó la obediencia política. Desde su punto de vista la legitimidad rosista no fue el simple resultado de la imposición militar de un caudillo. A ella se debe agregar un consenso que a través de distinto mecanismos hizo posible la continuidad por casi dos décadas de un régimen unanimista.
De esta forma Marcela Ternavasio busca destacar un hecho muy poco conocido, que recién en las dos últimas décadas los investigadores han empezado a transitar: desde 1821, en Buenos Aires, los gobernantes fueron designados de manera directa mediante el sufragio universal masculino. El sistema electoral que se impone en 1821 tiene la peculiaridad de ser muy amplio si se lo compara con otros sistemas electorales que regían en países de Europa y de América[2]. ¿Qué papel jugó en la instauración de una nueva legitimidad política basada en formas republicanas de gobierno? ¿Quiénes votaban, cómo lo hacían y que efectos tuvo el acto de sufragar para una sociedad acostumbrada a jurar fidelidad a un rey muy lejano y desconocido? La ley establecía que para ser electo el ciudadano tenía que tener propiedad, inmueble o industrial, pero no determinaba ningún nivel de renta. Por lo tanto, cualquier pequeño propietario, hasta un artesano, podía ser electo como representante.
De esta manera el voto no era obligatorio ni secreto. La mayoría de la gente no acudía a votar, y la elite dirigente debía hacer muchos esfuerzos para que fuera a votar porque existía la convicción de que cuantos más votos había, más se legitimaba su poder político. Frente a ese alto abstencionismo comienza a haber ya a fines de la década de 1810 y principios de la próxima ciertas propuestas que están muy vinculadas a la noción de voto como obligación, como deber.
De esta manera,  tuvo como consecuencia un significativo cambio en los mecanismos de movilización y la instauración de una nueva práctica, la lucha por las candidaturas. Este fenómeno desarrolló al máximo la competencia internotabiliar, en la que un elenco estable de personas se alternaba en los cargos, según una frecuencia directamente proporcional a la capacidad de negociación de cada uno para imponerse.
Es necesario mencionar que la ley establecía mecanismos diferenciados en ciudad y campaña para la designación de diputados a la Sala. Mientras que en el espacio urbano los electores votaban por una lista de 12 candidatos en la campaña lo hacían por 1 ó 2. Esta diferencia normativa contribuyó a que en la ciudad se diera la lucha por las candidaturas y que en el campo se impusiera rápidamente la unanimidad.          

El libro se divide en tres partes. En la primera parte la autora da cuenta de las nuevas investigaciones  que se oponen a la historiografía tradicional. Chiaramonte insiste en que a comienzos del siglo XIX no existían ni la idea de nación ni de nacionalidad Argentina. Su investigación consiste en reformular temas como la identidad, la soberanía y la representación política de esa época. Además, se trabaja en el relevamiento del vocabulario político:  “por pueblo se entendía principalmente un conjunto privilegiado de vecinos” y la “democracia era una palabra mal vista, sinónimo de anarquía y de desborde de la plebe”[3]
La nación como tal no nació el 25 de Mayo de 1810, en esa fecha comenzó a ser “reemplazado el Antiguo Régimen –basado en las jerarquías corporativas y aristocráticas– por una sociedad moderna, sin privilegios hereditarios, ni rangos aristocráticos y con el principio de la igualdad entre los ciudadanos colocado en su base” (Myers 2002) Durante los primeros diez años de vida independiente, la guerra contra la metrópoli y la imposibilidad de constituir una autoridad central que impusiera orden en los territorios del ex virreinato ocasionaron una rápida y desordenada sucesión de autoridades municipales, provinciales y centrales, y la rápida convocatoria a congresos, de los cuales, los que llegaron a reunirse, como el de Tucumán en 1816 o la Asamblea del año XIII, dictaron normas y estatutos de efímera vida.
De esta manera el corte con el orden colonial no fue tajante en todos los niveles, los cambios se fueron operando sobre construcciones muy antiguas.  Por otro lado, la extensión de los derechos políticos por la Ley de Elecciones de 1821 en Buenos Aires, que  si bien sirvió para avanzar sobre los resabios estamentales, por ser desusadamente amplia no se tradujo en resultados totalmente favorables al proceso de individuación, porque dirigida a obtener resultados electorales inmediatos, eligió sostener la legitimidad sobre un orden social no demasiado diferente del heredado[4].
            La concesión amplia del sufragio a la población mayor-masculina, revolucionó las prácticas políticas, incrementó la participación  y permitió alcanzar un notable éxito al dotar de legitimidad a  la Sala de Representantes.  La Ley de Elecciones[5] promovió una ampliación del derecho a sufragar, que a partir de entonces pudo ser ejercido por habitantes que antes no lo tenían: libertos, artesanos, peones y domésticos, habrían podido votar libremente. Pero su ampliación no cerró totalmente el proceso de individuación, porque estuvo dirigida a igualar derechos electorales con un fin determinado, que no a establecer una igualdad civil.[6] 

La segunda parte de la obra analiza los sucesos tras la caída del poder central en 1820. A partir de esta coyuntura comenzó un proceso de transformación política general con el surgimiento y consolidación de los Estados provinciales autónomos, pero también con la grave crisis política que debió enfrentar Buenos Aires tras la derrota frente a los caudillos del Litoral, agudizada después de la firma del Tratado del Pilar el 23 de febrero de 1820.      
La ley de sufragio de 1821 dispone: el voto activo otorgado a "todo hombre libre" mayor de 20 años, y el voto directo. Según Marcela Ternavasio esta va a ser: "una respuesta pragmática a una situación política local que requería de un nuevo régimen representativo para legitimar el poder surgido de la crisis del año 20". Asimismo con la fundación del nuevo régimen representativo se afianza en el poder político un grupo reducido de notables que alterna el cargo de representante durante los primeros años de 1820, y que si bien a partir del 27 se renueva parte de ese grupo (ingresan al poder político personajes que hasta ese momento no habían tenido participación: comerciantes que devienen luego en hacendados) con el triunfo del federalismo esta renovación es mas bien parcial.
Vehículo principal de propaganda fue la prensa, importante difusor de las listas y cuestiones electorales. Las descripciones coinciden en señalar la agitación que vive la ciudad los días anteriores a la elección (cuando se negocia y se hace propaganda) y la notable movilización durante el suceso. Lo novedoso es el enfrentamiento en las mesas electorales entre los grupos de votantes, quienes, acaudillados por líderes menores, manifiestan consignas y símbolos de identidad de las facciones en pugna. No obstante este enfrentamiento no tiene su correlato en la presencia de dos listas claramente diferenciadas y los personajes identificados con las facciones en pugna aparecen mezclados en las mismas listas.
Vale aclarar que un cambio más significativo sobreviene luego de 1827. Hasta esa fecha la práctica de las candidaturas, si bien agitada, no generaba actos de violencia destacados, y se consideraba que no debilitaba ni a la estabilidad gubernamental ni a la legalidad electoral como fuente de legitimidad. Pero la división que se venía manifestando dentro del Congreso Nacional entre unitarios y federales se trasladó al ámbito provincial, articulándose a la ya consolidada competencia internotabiliar y produciendo la única ruptura de la legalidad electoral vigente con la Revolución del 1° de diciembre de 1828[7].
Finalmente, en la tercera parte del libro, Ternavasio analiza el gobierno de Juan Manuel de Rosas y sus prácticas políticas. En 1835 con la designación de Rosas como gobernador con la suma de los poderes públicos se inicia una nueva etapa  caracterizada por la unanimidad basada en la lista única que elaboraba el propio Rosas y cruzada, muchas veces, con convocatorias de tipo plebiscitarias. Rosas no deja nunca de celebrar las elecciones anuales para renovar los miembros de la Sala, dándole mucha importancia al rito. En esta instancia teórica, Ternavasio propone, retomando y complejizando argumentos ya desarrollados por ella en trabajos anteriores, una explicación “institucional” del desarrollo del sistema de poder unanimista y de su triunfo en todo el ámbito de la Provincia de Buenos Aires a partir del ascenso al poder de Juan Manuel de Rosas[8].
En la ciudad el piso de electores se crea luego de dictada la Ley de 1821. Esa fecha representa un cambio notable en la cantidad de votantes movilizados, y no parece modificarse luego de 1835. En la campaña, en cambio, el número de votantes crece de manera significativa.
Dicho crecimiento es mucho más marcado en la nueva línea de frontera ganada al indígena desde 1933 con el voto masivo de las milicias. Esto marca la ruralización de la política: la expansión de la frontera electoral en un territorio recién incorporado bajo la tutela estatal, junto a la movilización producida a través del sufragio en poblados débilmente asentados, reflejan la estrecha articulación que se entabla en la época de Rosas entre el voto y la consolidación del poder provincial en el campo. ¿Esta unanimidad suponía movilización de votantes reales o inventados?
De esta manera el ritual que expresan los documentos a través de los cuales se organiza el acto electoral parece responder en parte a este interrogante. La exhortación a los jueces de paz de que sea más numerosa la votación, todos los detalles de los preparativos de las elecciones indican una fuerte voluntad por movilizar a votantes reales. Incluso la cantidad de boletas que el gobernador mandaba a imprimir nos habla de esta fuerte voluntad por producir el sufragio y movilizar a los votantes.

En conclusión La revolución del voto es, como su título lo indica, una historia que reinterpreta a los sucesivos regímenes electorales adoptados en el Río de la Plata entre 1810 y 1852, considerado para algunos teóricos, como Myers,  “un nuevo punto de partida para la renovada exploración de nuestro pasado decimonónico”. Debe subrayarse, además, que desde el punto de vista no ya de la historia política, sino desde el enfoque puesto sobre las “ideas políticas”, esta investigación constituye un valioso aporte a nuestro conocimiento de un período aún imperfectamente explorado y de difícil comprensión.





[1] Marcela Ternavasio es historiadora. Se graduó en la Universidad Nacional de Rosario, obtuvo su Maestría en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales y se doctoró en la Universidad de Buenos Aires. Es profesora de Historia Argentina en la Escuela de Historia de la Universidad Nacional de Rosario, miembro de la Carrera del Investigador Científico del CONICET e Investigadora del Instituto de Historia Argentina y Americana "Dr. Emilio Ravignani" de la Universidad de Buenos Aires. Ha realizado investigaciones en las universidades de Florencia y Turín, Italia. Especializada en cuestiones políticas, ha publicado artículos sobre el régimen municipal y el sistema político-institucional de Santa Fe, y sobre las prácticas electorales en Buenos Aires en la primera mitad del siglo XIX. Éstos aparecieron en revistas académicas, como el Boletín del Instituto Ravignani, Cuadernos del CLAEH y el Anuario de la Escuela de Historia de Rosario, y en obras colectivas, compiladas respectivamente por Antonio Annino, Hilda Sabato, Marco Bellingieri, Marie Couillard y Patrick Imbert, Noemí Goldman y Ricardo Salvatore

[2] Marcela Ternavasio “Hacia un régimen de unanimidad política y elecciones en Bs As 1828-1850 pp 119-125
[3] Chiaramonte J.C., 1989, "Formas de identidad en el Río de la Plata luego de 1810", Boletin del Instituto de Historia Argentino y Americana Dr. Emilio Ravignani, FFyL, UBA, 1, 3a serie
[4] Ternavasio, 2001, pp 75-91
7 Que en sus dos primeros artículos dice:
1- Será directa la elección de los representantes, que deben completar la Representación Extraordinaria y Constituyente.
                2- Todo hombre libre, natural del país, o avecindado en él, desde la edad de los 20 años, o antes si fuere emancipado será hábil para elegir.
[6] Derechos Civiles son: de justicia, de libertad de la persona, de expresión, de credo, de propiedad privada, de contratar.
[7] Lavalle no cuestionó el régimen representativo sino que intento negociar la conformación de una lista de candidatos unificada, consensuada por la elite, puesto que para ese año las practicas estaban resultando incontrolables y por lo tanto peligrosas para la propia estabilidad del orden político así como para los grupos que conformaban la elite.

[8]Esta constituye una explicación sumamente original, ya que si bien incorpora algunos de los aportes más novedosos efectuados a partir de la “gran renovación” de los estudios históricos argentinos desde los años ‘60 en adelante –como por ejemplo los estudios acerca del rol de los domiciliados en la definición de la ciudadanía electoral en los años 1810 y 20 de Carlos Cansanello, o los trabajos sobre la militarización y la ruralización de la política bonaerense de Tulio Halperín Donghi, o las hipótesis acerca de las formas de representación corporativistas de Antiguo régimen postuladas por Francois-Xavier Guerra-, la síntesis que ella efectúa en su propia argumentación los resignifica de un modo no solo realmente novedoso, sino en extremo convincente. Más aún, un análisis que privilegie las instituciones y/o las prácticas políticas de la primera mitad del siglo diecinueve tampoco ha estado ausente de otras obras recientes, desde Civilidad y política de Pilar González hasta la larga serie de trabajos en los cuales Tulio Halperín Donghi ha examinado esa etapa de la historia Argentina

viernes, 9 de diciembre de 2011


Los macroparadigmas  y el compromiso político en la Historia ¿Meramente una construcción epistemológica?: Una revisión a la luz de los casos de Annales y los historiadores marxistas británicos.

Luego de recorrer la historia de la historiografía a lo largo del siglo XIX y XX vemos dentro de la historia de los llamados “macroparadigmas” (o “historia social”) dos corrientes historiográficas se destacaron y sentaron base en el estudio de la Historia a lo largo del último siglo: el marxismo de los historiadores británicos y Annales. Lo que va caracterizar a estas escuelas (si podemos considerar la corriente francesa con esa denominación) será la pretensión de llevar a cabo explicaciones de la realidad por métodos científicos para encontrar recurrencias en la larga duración. Por lo tanto para realizar dicho proceso se debe prescindir de la lógica de los actores y centrar el análisis partiendo desde las estructuras, considerándose de esta forma una “historia estructural”. Precisamente, comenzando por desarrollar este punto, me planteo diferenciar la concepción del tiempo tanto en el marxismo británico como en Annales. No pretendo realizar en este trabajo una descripción de las mismas en cuanto a su producción histográfica, influencias o iniciar un derrotero sobre sus integrantes y “generaciones”, sino ver las diferencias entre ambos modelos.
Antes de realizar estas operaciones, que igualmente son válidas para comprender en su totalidad dichos modelos, pretendo explicar como entendieron, conceptualizaron, teorizaron y llevaron a la práctica algunos conceptos historiográficos fundantes para el oficio del historiador. En la segunda parte del trabajo, intentaré dar cuenta de que las elecciones tomaron y privilegiaron, no fueron arbitrarías ni sin sentido. Por lo contrario, creo que en la misma teorización del problema histórico se encuentran los indicios para la realización de una práctica política, concisa y dirigida a fines. No es necesario aclarar que no existe la objetividad en la Historia, uno puede tender hacia ella, persiguiéndola como un fin, pero nuestros valores, creencias, costumbres, tradición y conciencia van a hacernos tomar una postura respecto a determinado hecho histórico al cual le formularemos determinadas preguntas según el caso.
De esta manera, en esta primera parte voy a formular una pequeña conceptualización sobre el nacimiento y desarrollo de ambas corrientes, para luego tomar tres ejes sobre los cuales el marxismo británico y Annales difieren radicalmente que son: la concepción del tiempo, estructura, coyuntura y transición.

Nacimiento y desarrollo
El núcleo central de los que se acostumbra a llamar “los historiadores marxistas británicos” surge después de la Segunda Guerra Mundial entorno al “Grupo de Historiadores del Partido Comunista Británico” fundado en 1946, compuesto por Rodney Hilton, Christopher Hill, Eric J. Hobsbawm, Victor Ciernan, George Rudé, E. P. Thompson y Raphael Samuel a los que habría que añadir, entre otros, al economista Maurice Dobb y el arqueólogo australiano Gordon Chile. Este grupo comenzará a colaborar en publicaciones comunistas de un alto nivel intelectual y de una gran interdependencia, como la revista Marxism today y la colección de folletos Our History[1].
En nacimiento de Annales surge en 1929 cuando Lucien Febvre (1878-1956) y Marc Bloch (1886.1844) de la Universidad de Estrasburgo fundan los Annales d´ historie économique et sociale (desde 1945, Annales. Économies, Sociétés. Civilizarions, a partir de 1991, Annales. Histoire-Sciences Sociales). Su propósito era ofrecer una alternativa a la práctica historiográfica dominante, superando el enfoque político-diplomático y militar. De hecho, la renovación historiográfica de Annales se basó en la enorme ampliación de los campos de trabajo y el uso de métodos de investigación  estadísticos, económicos, sociológicos, demográficos
Se cambia el objeto de estudio, que pasa a ser el ser humano que vive en sociedad. Todas las manifestaciones históricas deben ser tratadas como una unidad, que sólo existe en la realidad social, en el tiempo y en el espacio. Las barreras cronológicas y espaciales se vuelven artificiosas y el estudio histórico debe centrarse en sociedades concretas, delimitadas en el espacio y en el tiempo.

Concepción del tiempo histórico y la “estructura”
Al ver la conceptualización que realizan sobre el tiempo el marxismo histórico el marxismo asienta su teoría sobre el materialismo histórico, entendiendo el proceso histórico como la sucesión de modos de producción. En el caso Annales dividirá al tiempo histórico en tres tiempos; la conocida tríada de  tiempo geográfico, tiempo social y tiempo individual
En cuanto a la definición de “estructura” Annales, ha identificado a éstas como los marcos de larga duración en los cuales se inscribe la historia. Como plantea Braudel “el problema es que todas estas realidades tienen ritmos diversos: hay unos ciclos económicos, una coyuntura social y una historia particularmente lenta de las civilizaciones. Por debajo “mas lenta todavía, casi inmóvil, una historia de los hombres en relación con la tierra que los sostiene  los nutre”[2]. Asimismo cuando intenta dar una definición de estructura Braudel plantea que “por estructura, los observadores del hecho social entienden una organización, una coherencia, unas relaciones bastante fijas entre realidades y masas sociales. Para nosotros, historiadores, una estructura es sin duda conjunto, arquitectura, pero más aún una realidad que el tiempo desgasta y arrastra durante un largo tiempo[3]. Pero los peligros de esta tal concepción es finalmente la reducción del espacio a los problemas históricos en una “geo-historia” negando todo carácter de cambio en la Historia y condenándolo a la inmovilidad.
Dentro de este marco cobra importancia el rol que le otorga Annales a la geografía como deterministas de las relaciones sociales al contrario de los postulados del materialismo histórico donde el hombre modifica la naturaleza para su reproducción. Por  lo tanto, si el interés se orienta sistemáticamente más a los fenómenos estables que a los cambiantes, más a la “sincronía” que a la “diacronía” más a las “estructuras” que a los “cambios de estructura” es evidente que se da la espalda al espíritu propio del historiador.
Ahora tomemos a la postura de los historiadores marxistas británicos sobre la definición de la estructura. En el marxismo, en cambio, la “estructura” va a estar determinada por el modo de producción  siendo una estructura con diferentes “niveles” (económico, sociopolítico, espiritual). Estos niveles son interdependientes, incluso cuando se manifiestan, en tal cual o cual fase de su desarrollo, una cierta tendencia a la autonomía. Vale aclarar que no se trata de un esquema universal y que no plantea realidades eternas (como las que describe Braudel) y no va a englobar a toda la sociedad concreta, sino solamente de la realidad dominante, la que determina, en una sociedad.
Pero uno de los mayores logros de los historiadores marxistas británicos y que le es ampliamente reconocido es que  han sido partícipes de una problemática teórica común intentando “trascender la estricta noción económica de clase y llegar a solucionar el problema de la base-superestructura que ha dominado el marxismos desde sus comienzos desarrollando, de esta manera una historiografía marxista alejada del determinismo económico del materialismo histórico y reconduciéndolo hacia otros análisis, entendiendo el cambio social en el sentido más amplio”[4]. Lo que le interesa al marxismo británico, es entonces, más allá de las estructuras, sus mecanismos de continuidad y cambio y sus pautas de transformación, también nos concierne lo que de hecho sucedió.

La Historia se explica por el cambio
Pero ¿cómo explica el “cambio del tiempo” en la Historia Annales ya que no ve el cambio social. Para resolver esto, la segunda generación Annales construirá la categoría de “coyuntura”, definida como el conjunto de las condiciones articuladas entre sí que caracterizan, en momento en el movimiento global de la materia histórica.
El signo más visible para de estas coyunturas se manifiestan en los movimientos de los precios de las mercancías (como lo ejemplifica “El Mediterráneo…” de Braudel) observando toda la actividad económica en su conjunto: producción, intercambios, empleo, incluso la población y en relaciones entre el movimiento de los precios y los ingresos (salarios, beneficios, rentas).
A partir de esta construcción, los historiadores de Annales se han habituado cada vez más a describir la contradicción entre una historia que se transforma rápidamente y otra “silenciosa” de ritmo casi inmóvil en términos de estructuras y coyunturas, las primeras denotado realidades a largo plazo, y a corto plazo las segundas donde “es evidente que existen diferentes clases de estructuras, lo mismo ocurre con las coyunturas, variando unas y otras en duraciones”[5].
Diferente concepción del cambio del tiempo poseen los historiadores marxistas británicos. Hobsbawn culpa de todos los males a los aportes que realizó la antropología a Annales planteando que “a excepción de aquellas corrientes como la marxista, el grueso de su pensamiento no se ha interesado por esos cambios. Es más, podría decirse que muchos de sus modelos analíticos-como el caso de la sociología y la antropología social-han sido sistemáticamente y exitosamente desarrollados abstrayéndolos del cambio histórico”[6].
Por el contrario, para explicar el movimiento cronológico los historiadores marxistas británicos va a tomar el concepto de “transición”, heredado del materialismo histórico para explicar la ruptura de la estructura y el desenvolvimiento del cambio social utilizando el concepto transición de  Marx para designar al período o fase en el que se produce la transformación de un modo de producción en otro.
De esta manera la transición va a constituir una fase muy particular de la evolución de una sociedad, la fase en que esta encuentra más dificultades, cada vez mayores –sean éstas internas o externas- de producir el sistema socioeconómico en el cual se basa y empieza a reorganizarse de una manera un tanto rápida y violenta, sobre la base de otro sistema que, finalmente, por su turno, se torna la forma más general de las nuevas condiciones de existencia.
Comprender a la sociedad como el resultado de los procesos diversos y múltiples de producción y reproducción de los seres humanos y sus relaciones, y que por lo tanto existe en constante cambio y transformación. Esos cambios pueden ser esenciales o no, es decir, pueden alterar o no la determinación cualitativa del sistema de relaciones sociales. Cuando el marxismo intenta explicar el cambio se requiere de una sólida concepción de la dinámica y estructuras sociales y lo que se ha llamado las “transformaciones sociales de corta duración, que se extienden por unas cuantas décadas o generaciones”. Estos son períodos relativamente breves durante las cuales la sociedad se ve reorientada y transformada, como por ejemplo, la revolución industrial. En suma, las estructuras, en término marxista, analizadas anteriormente, se desestructuran y se reestructuran a través de la crisis y de la lucha de clases combinadas,

Compromiso político y ciencia
Al analizar la construcción epistemológica de dichas corrientes historiográficas se vislumbra simultáneamente una práctica política. Como afirma Eric Hobsbawn, “la vida misma sería más sencilla si nuestra concepción de la historia fuera postulada exclusivamente por aquellos con quienes coincidimos en todos los asuntos públicos y aun en los privados”, pero agrega que hoy en día la historia social esta en boga y ninguno que la practican se molestaría en coincidir ideológicamente con sus colegas. Desde sus génesis los dos macroparadigmas se diferencian en algo respecto a su conformación, la idea de un partido que actué como “vanguardia intelectual” y que sirva de guía y respaldo para sus trabajos. Ese rol lo va a cumplir el PC dentro del grupo de los historiadores marxistas británicos
Hobsbawm reconoce que el establecimiento del Partido Comunista coaccionó a estos historiadores en su trabajo sobre el período. Sin embargo señala que “en los años 1946-1956, las relaciones entre el grupo y el partido habían sido impecables[7]. De esta manera, PC actuaba como aglutinador dirigiendo una línea política sobre la cual corresponderse. Finalmente con la publicación de Past and Present en 1952 se intentaron estrechar lazos con los historiadores no marxistas que compartían afinidades e intereses en comunes. La iniciativa de la revista fue de miembros del grupo, específicamente de Dobb, Hilton, Hill, Hobsbawn y John Morris. Pero la revista no fue publicada ni por el grupo ni por el partido. Tampoco se tuvo la intención de que fuera una revista limita a los estudios marxistas históricos y nunca lo ha sido.
La crisis política de 1956, con la intervención soviética en Hungría, alejó a buena parte de estos hombres de la disciplina del Partido Comunista y los dispersó pero, a diferencia de lo que ocurría entre otros países ninguno de ellos desertó del campo de una política progresista ni el abandono de su trabajo intelectual que, si bien con más libertad, conservaba lo esencial de su inspiración marxista.
En cuanto a Annales, como afirma Burguière, para entender su formación y origine es necesario tener en cuenta el complejo de relaciones de fuerza que se establecen entre las disciplinas a la vez competitivas y complementarias: también los marcos institucionales, definidos, por ejemplo, por su “organización universitaria” (por la dotación desigual de cátedras, institutos, organizados, por otro lado a partir de concursos), los marcos sociales (su mayor o menos prestigio en los medios cultos y su capacidad para influir en la opinión o en las esferas dirigentes) o epistemológicos (su capacidad para ejercer una hegemonía teórica sobre las demás disciplinas)”[8].
Pero al margen de los aportes de otras disciplinas, entre los que se cuentan la antropología, la economía y la sociología Annales no contiene una homogénea ideología entre sus miembros ya que “Annales es radical en el estilo pero académicamente en la forma y conservadora desde un punto de vista político; toca las cuestiones de historia económica y social sin riesgos de contagio marxista”[9]. Un dato a tener en cuenta: Para 1968 tiene entre sus filas a ex comunistas como Emmanuel Le Roy Ladurie (hijo de un ministro de Petainm que pasó personalmente por una etapa de ferviente estalinismo) o François Furet. Alain Besançon reconocerá luego “haber sido comunista no perjudicó nuestra carrera, todo lo contrario”. Quizás esta cita describa mejor el verdadero espíritu de la “historia académica” de Annales”

Conclusión:
Después de lo explicado podemos llegar a la conclusión de que en sus estudios Annales no se propone explicar el cambio social. Parecería que viéndola a la distancia, nos relata una historia lineal y sin conflictos. Vistos de esta óptica, el cambio social permanecería casi inmóvil, quieta, chata.
En tanto los estudios de grupo de los historiadores marxismos británicos, por todo lo anterior expuesto, logran, mediante el análisis de la lucha de clases y describiendo la transición explican el cambio social, cuando entran en contradicción las fuerzas productivas con las relaciones de producción.
De esta forma vemos como en uso de categorías analíticas y el uso que le dan, se vislumbra la ideología política de dichas corrientes. En este punto, Annales realizó sus producciones historiográficas en nombre de la objetividad pero la diversidad y la interdisciplinaridad en sus estudios no permitió que exista una vía política coherente entre ellos, la heterogeneidad entre sus miembros (que contaba con estructuralistas, funcionalistas, conservadores y marxistas) no posibilitó que se conforme una línea que guía sus estudios.
 En cambio, los estudios que realizaron los historiadores marxistas británico nunca perdieron de vista la dimensión política, esencial de esa experiencia ya que parten de un supuesto claro donde las relaciones de clase son políticas en cuanto siempre suponen dominación y subordinación, lucha y acomodación. También se plantearon la comprensión global del sistema, entiendo su lógica en su totalidad tratando de dilucidar la “omnipresente” presión del ser social sobre su conciencia a la cual proyectan para modificar el mundo que los rodea, diferencia fundamental respecto a la corriente francesa.


[1] En esta etapa, el grupo de los historiadores marxistas británicos también participo en defensa de las posiciones progresistas en los grandes debates historiográficos de su tiempo, como el del papel de la “gentry” en la revolución inglesa del siglo XVII o el de las consecuencias sociales de la revolución industrial (el “debate del nivel de vida”) y luego, partir de 1952 con la revista Past and Present (a la cual luego me referiré).
[2] Fernard Braudel, “El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en época de Felipe II”, México. FCE, 1953. p-207

[3] Pierre Vilar, “Iniciación al vocabulario del análisis histórico”, Barcelona, Crítica, 1982.

[4] H. Kaye “Los historiadores marxistas británicos, Universidad de Zaragoza, 1989.
[5] Para ampliar este concepto Braudel agrega que “la historia acepta y descubre múltiples explicaciones lo hace por desplazamientos verticales, de un plano temporal a otro. Y en cada plano se producen también conexiones y correcciones horizontales”, en F. Braudel, Ibid.

[6] En defensa del marxismo, Hobsbawm dice que “las tendencias sociológicas han logrado la exclusión de la historia, o sea el cambio dirigido (…) los patrones estructuro-funcionales resaltan lo que las sociedades tienen en común, mientras que lo que nosotros buscamos es precisamente las diferencias”. En Eric Hobsbawn, “De la historia social a la historia de la sociedad” en Marxismo e historia social, México, Tebeka, 1983.
[7] Eric Hobsbawn puntualiza que esto fue debido al hecho de que los historiadores “eran un grupo de comunistas tan leales, activos y comprometidos, como el que más, aunque sólo fuera por considerar que el marxismo implicaba pertenencia al Partido. Criticar al marxismo suponía criticar al partido y viceversa” en E. Hobsbawn Ibid.

[8] Alan Burguiére, “La historia de una historia: el nacimiento de Annales” en N. Pagano y P. Buchbinder, La historiografía francesa contemporánea, Buenos Aires, Biblio., 1993.

[9] Joseph Fontana, “La historia de los hombres”, Barcelona, Crítica, 1995.

viernes, 25 de noviembre de 2011

Reseña de Susan Socolow, Mercaderes del Buenos Aires virreinal. Familia y comercio, Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 1991


Susan Socolow, Mercaderes del Buenos Aires virreinal. Familia y comercio, Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 1991.

Susan Migden Socolow, es profesora de la Emory University, Atlanta (EE.UU.) Además de “Mercaderes del Buenos Aires virreinal. Familia y comercio” cuya primera edición es “The Merchants of Viceregal Buenos Aires: Family and Comerse 1778-1810, ( New York, Cambridge University Press, 1978) con el cual se hizo merecedor del “Bolton Prize Honorable Mention” en 1979, es autora de “The Bureaucrats of Buenos Aires, 1769-1810: Amor Al Real Servicio Real”, (Durham, Duke University Press, 1987) y “The Women of Colonial Latin America”, (Cambridge University Press, 2000).
Además es co-editora junto a Louisas Hoberman de  “Cities and Society in Colonial Latin America, (Albuquerque: University of New Mexico Press, 1986); y “The Countryside in Colonial Latin America” (Albuquerque: University of New Mexico Press, 1996). También es editora de “Commerce and Politics and vol. 9:2, The Atlantic Staple Trade: The Economics of Trade”, London, Variorum, 1996. Desde 2005 es miembro honoraria de la Academia Nacional de Historia.

En su obra Susan Socolow va a centrar su estudio en los comerciantes del Virreinato de Buenos Aires a fines del siglo XVIII, un grupo que trato de revitalizar la economía del Imperio Español recomponiendo todo el sistema de comercio colonial asegurando los contactos mercantiles entre el Virreinato del Río de la Plata, creado en 1776, con la península Ibérica y que reoriento la organización de los espacios regionales y la integración económica, ya no hacia el Perú, sino hacia el flamante virreinato.
Utilizando técnicas prosopográficas (o biográficas de grupo) e incluyendo una biografía detallada de un comerciante para proporcionar un caso específico y así comprobar las pautas sugeridas por los datos sobre el grupo de comerciantes en conjunto, Socolow realiza una acertada radiografía sobre los comerciantes. De esta manera su estudio estará concentrando en las características demográficas y sociales, en las pautas de movilidad y reclutamiento intrageneracional, en el matrimonio, el parentesco y la fertilidad, en la identidad de un grupo y en el estilo de vida, y en los roles del grupo comerciante tanto en el aspecto ocupacional, como en el propietario, político y religioso.
En un notable estudio exhaustivo Socolow va a precisar la procedencia, educación, carrera comercial y movilidad social de un amplío grupo de mercaderes para definir, con una clara concepción weberiana, el concepto de “tipo ideal”. De esta manera va a tipificar al comerciante promedio de 1778 caracterizándolo como un sujeto que había nacido en España y había llegado a Buenos Aires en algún momento entre 1763 y 1766. Precisamente esta es una de las principales críticas que se le pueden realizar al planteo de Socolow, ya que caracteriza al “comerciante típico” en base a los documentos que encuentra y que le son funcionales para su modelo teórico.
Según su óptica los comerciantes eran generalmente hijos de grupos de la sociedad española de la clase media y media-baja. Esa afirmación surge de la idea de que en la cúspide de la escala social la carrera mercantil no era muy atractiva para los hijos de los profesionales o de los oficios militares, ya que estas dos ocupaciones se consideraban generalmente de mayor prestigio que la de los comerciantes. En el otro extremo de la escala social, parecía que los hijos de los artesanos, los trabajadores manuales y los obreros no especializados generalmente no se hacían comerciantes, porque les faltaba educación y capital. Sobre el origen de este comerciante, se va a aseverar que no era de origen vasco, sino que la mayoría provenían del centro y norte de España (Castilla, Santander, Asturias y Galicia) ya que se consideraban hidalgos y todos los comerciantes de Buenos Aires se titulaban Don y sus esposas Doñas.
Los comerciantes estaban entre los grupos más alfabetizados de la sociedad colonial pero la riqueza era el criterio más importante a alcanzar dentro de la sociedad. Como afirma la autora: “un desconocido industrioso podía, a través del trabajo intenso, la acumulación de capital, el matrimonio y el parentesco y un poco de suerte, abrirse camino en los rangos del respetable grupo medio de los comerciantes”.
En el segundo capítulo de la obra, se van a describir las redes de lazos matrimoniales, donde las pautas de los comerciantes son significativas debido a que están ligadas a pautas de movilidad social. De esta manera casarse con una joven de clase alta o media de una ciudad era la meta de todos los jóvenes comerciales. Asimismo, vale aclarar, que la dote era poco frecuente y no marcaba un símbolo de estatus en la sociedad colonial del Virreinato del Río de la Plata.
En esta parte de la obra, se nota la influencia de Branding (en su obra “Mineros y comerciantes en el México borbónico (1763-1810), México, Fondo de Cultura Económica, 1975) ya que Socolow menciona al sistema de compadrazgo como la institución que establecía una relación especial entre dos personas a través de su participación conjunta en un ritual religioso y que se usaba para cimentar la amistad y las sociedades entre comerciantes que no estaba relacionados de otro modo.
De esta manera el matrimonio y el parentesco ritual vinculaban a los comerciantes de Buenos Aires formando poderosos clanes mercantiles. Las mujeres de los comerciantes, sus esposas e hijas, servían para reclutar nuevos comerciantes en los clanes, perpetuando de esta manera el grupo de comerciantes y forjando nuevas alianzas.
En cuanto al análisis de la economía virreinal esta estaba dominada por el capital comercial. En este aspecto la autora va a recurrir a otra tipología para clasificar a los comerciantes porteños en tres categorías de acuerdo a su actividad, poder económico y prestigio social: mayoristas, minoristas y proveedores de alimento. De la misma manera se menciona otras de las actividades que realizaban estos comerciantes, como por ejemplo, el contrabando.
También se describe el modelo generalizado de estructura y formas de intercambio (importación de manufacturas y formas de intercambio), así como los lazos que establece Buenos Aires con Madrid, Cádiz, Sevilla y Bilbao. Una de los grandes aportes que realiza la obra es explicar que sucede con la gran cantidad de capital sobrante cuyo destino era que volvía a invertirse en el comercio, en nuevos cargamentos de mercaderías castellanas y en barcos. Asimismo otra área de inversiones preferida por los comerciantes era la inmobiliaria ya que los comerciantes consideraban a la propiedad urbana (de gran importancia para conseguir crédito hipotecándolas), para uso personal o comercial, ya que garantizaba una inversión segura sin los riesgos de las inversiones fluctuantes de la actividad comercial.
En el cuarto capítulo Socolow va a describir el estilo de vida de estos actores sociales, catalogándolos como un grupo social urbano. Va a realizar la descripción de sus viviendas, sus bienes, vestimentas y reconstruyendo los lugares de sociabilidad (como las tertulias).
En cuanto a la participación religiosa los comerciantes de Buenos Aires eran uno de los grupos más devotos de la sociedad colonial. Como magistralmente analiza la autora una de las funciones realizadas por los comerciantes era la de síndico (tesorero) de las órdenes religiosas de la ciudad. Los comerciantes formaban parte de cofradías, cuyo principal propósito era promover el culto público a través del patrocinamiento de ritos tales como misas, procesiones de adoración y rezos públicos del rosario. También realizaban beneficencias a través de capellanías que eran subsidios para las iglesias, instituciones religiosas o sacerdotes individuales.
También se va a estudiar a los comerciantes dentro de la sociedad colonial, su participación en el Cabildo de Buenos Aires y el Regimiento Urbano de Comercio. Socolow realiza un exhaustivo estudio acerca del problema del  libre comercio y las consecuencias del comercio de neutrales, explicando la división ideológica interna de los comerciantes como el enfrentamiento de dos formas de comerciar y de intereses contrapuestos.
Finalmente al final de la obra la autora va a materializar su modelo teórico en un comerciante en particular quien reunirá todas las condiciones del “típico comerciante” actuando de esta manera, como la demostración fehaciente de las evidencias previamente analizadas en los capítulos anteriores. El sujeto en cuestión es Gaspar de Santa Coloma, un comerciante porteño moderadamente exitoso que se encuentra dentro del grupo de mayoristas de nivel medio-alto. Aunque la mayor parte de su capital lo dedico a actividades bancarias y préstamos también participa en un número limitado de otras inversiones (las más grandes de éstas las hizo en propiedad urbana) a la vez que cuenta con una serie de empleados-aprendices para realizar sus tareas comerciales.

Conclusión
En “Mercaderes del Buenos Aires virreinal. Familia y comercio” Susan Socolow pretende caracterizar la figura del comerciante de Buenos Aires a fines del siglo XVIII, analizando sus prácticas económicas, sociales y políticas inmerso en una sociedad que le propiciaba tejer contactos y redes en su aventura en busca de la riqueza. Si bien Socolow realiza un exhaustivo rastreo documental (testamentos, dotes, papeles del Consulado, archivos parroquiales, correspondencia del AGN y del Archivo existente en la Iglesia de la Merced, Reconquista y Cangalló de Buenos Aires), queda, a fin de cuentas, presa de su modelo teórico weberiano, ya que por momentos parecería que encasille a los comerciantes que encuentra en dichas fuentes a la categoría de “comerciante-típico”.
            La utilización de la prosopografía le permite realizar dichas operaciones que, viendo los resultados finales, parecían que poseen una comprensión lógica y global dentro de su esquema. Pero, si abrimos un poco el panorama de análisis fuera de su modelo, vemos que la autora no realiza ningún aporte hacia el estudio de “los otros comerciantes”, los pequeños, en términos de intercambio y transacciones, como por ejemplo los mercachifles, pulperos y comerciantes provincianos. Quizás se le pueda aducir que no este análisis no sea motivo de su objeto de estudio, pero, sin dudas, al caracterizar sólo una parte de los comerciantes (los que aparecen los documentos) se pierden de vista irremediablemente una amplia gama de actores sociales, que son también, esenciales en las actividades económicas y política del espacio rioplatense.
            En suma, al margen de esta crítica, la obra de Susan Socolow esta bien estructura, posee una lectura clara y sencilla y acerca al lector una excelente descripción y caracterización de los sujetos económicos que actuaban en el Virreinato del Río de la Plata a fines del siglo XVIII, los comerciantes.