martes, 15 de mayo de 2012

Marcela Ternavasio, “La revolución del voto. Política y elecciones en Buenos Aires 1810-1852”, Buenos Aires, Siglo XXI, 2001.


Marcela Ternavasio, “La revolución del voto. Política y elecciones en Buenos Aires 1810-1852”, Buenos Aires, Siglo XXI, 2001.

En esta obra Marcela Ternavasio[1] plantea y describe el proceso de electoral que fue organizando el nuevo régimen representativo después de de 1810 a través del examen de los cambiantes regímenes electorales y de las prácticas autorizadas planteando una  interpretación general de la peculiar naturaleza de la sociedad bonaerense en su tránsito del Antiguo régimen a la modernidad.
Para este arduo trabajo, la autora ha abordado diversas fuentes tanto cuantitativas y cualitativas, vale destacar por ejemplo: Ley de Elecciones, Bs As, 14 de agosto de 1821, Leyes y decretos promulgados en Bs As desde 25 mayo 1810 a fines diciembre 1835, Diarios de época (“El tiempo”, “La gaceta mercantil”), Elecciones (actas, padrones, escrutinios, registros), Correspondencia entre Lavalle y Rosas, Diarios de Sesiones de la Junta de Representantes 1829-1832, Proyecto de Constitución provincial presentado por un grupo de federales en la Sala de Representantes en 1833, Mensajes del Gobernador Rosas a la legislatura y Correspondencia de Rosas con sus subordinaos días antes de las elecciones.
A partir de un acercamiento explicativo a la gran pregunta que gira en torno a la disputa por el poder político, tomando como principal punto de observación las acciones desplegadas por los grupos involucrados en los procesos electorales y los efectos que generaron tales acciones y las representaciones elaboradas a partir de ellas en la dinámica de funcionamiento del sistema político, la autora propone por lo menos dos hipótesis que se apartan sustancialmente de la visión tradicional,  aún deudora en gran medida de las grandes construcciones interpretativas del siglo XIX.
En primer término, la historiografía tradicional ha relegado a un segundo plano los procesos electorales y el rol de las instituciones en el desarrollo político de los estados, a lo cual Ternavasio propone el restituir las instituciones políticas y los regímenes electorales a un lugar destacado en el desarrollo político del Río de la Plata, ya que han jugado un papel decisivo sobre el desarrollo político de la institucionalidad “formal” adoptado por el Estado.
En segundo lugar, intentará reinstalar el tema del caudillismo en el marco de una reflexión diferente, explicando cuáles fueron los mecanismos formales e informales que, asociados al sufragio y fuera de los mecanismos típicos de coacción, que hicieron posible el tránsito de un régimen notabiliar a uno de unanimidad en el Estado de Bs As concluyendo en una análisis sobre la legitimación sobre la que Rosas fundó la obediencia política. Desde su punto de vista la legitimidad rosista no fue el simple resultado de la imposición militar de un caudillo. A ella se debe agregar un consenso que a través de distinto mecanismos hizo posible la continuidad por casi dos décadas de un régimen unanimista.
De esta forma Marcela Ternavasio busca destacar un hecho muy poco conocido, que recién en las dos últimas décadas los investigadores han empezado a transitar: desde 1821, en Buenos Aires, los gobernantes fueron designados de manera directa mediante el sufragio universal masculino. El sistema electoral que se impone en 1821 tiene la peculiaridad de ser muy amplio si se lo compara con otros sistemas electorales que regían en países de Europa y de América[2]. ¿Qué papel jugó en la instauración de una nueva legitimidad política basada en formas republicanas de gobierno? ¿Quiénes votaban, cómo lo hacían y que efectos tuvo el acto de sufragar para una sociedad acostumbrada a jurar fidelidad a un rey muy lejano y desconocido? La ley establecía que para ser electo el ciudadano tenía que tener propiedad, inmueble o industrial, pero no determinaba ningún nivel de renta. Por lo tanto, cualquier pequeño propietario, hasta un artesano, podía ser electo como representante.
De esta manera el voto no era obligatorio ni secreto. La mayoría de la gente no acudía a votar, y la elite dirigente debía hacer muchos esfuerzos para que fuera a votar porque existía la convicción de que cuantos más votos había, más se legitimaba su poder político. Frente a ese alto abstencionismo comienza a haber ya a fines de la década de 1810 y principios de la próxima ciertas propuestas que están muy vinculadas a la noción de voto como obligación, como deber.
De esta manera,  tuvo como consecuencia un significativo cambio en los mecanismos de movilización y la instauración de una nueva práctica, la lucha por las candidaturas. Este fenómeno desarrolló al máximo la competencia internotabiliar, en la que un elenco estable de personas se alternaba en los cargos, según una frecuencia directamente proporcional a la capacidad de negociación de cada uno para imponerse.
Es necesario mencionar que la ley establecía mecanismos diferenciados en ciudad y campaña para la designación de diputados a la Sala. Mientras que en el espacio urbano los electores votaban por una lista de 12 candidatos en la campaña lo hacían por 1 ó 2. Esta diferencia normativa contribuyó a que en la ciudad se diera la lucha por las candidaturas y que en el campo se impusiera rápidamente la unanimidad.          

El libro se divide en tres partes. En la primera parte la autora da cuenta de las nuevas investigaciones  que se oponen a la historiografía tradicional. Chiaramonte insiste en que a comienzos del siglo XIX no existían ni la idea de nación ni de nacionalidad Argentina. Su investigación consiste en reformular temas como la identidad, la soberanía y la representación política de esa época. Además, se trabaja en el relevamiento del vocabulario político:  “por pueblo se entendía principalmente un conjunto privilegiado de vecinos” y la “democracia era una palabra mal vista, sinónimo de anarquía y de desborde de la plebe”[3]
La nación como tal no nació el 25 de Mayo de 1810, en esa fecha comenzó a ser “reemplazado el Antiguo Régimen –basado en las jerarquías corporativas y aristocráticas– por una sociedad moderna, sin privilegios hereditarios, ni rangos aristocráticos y con el principio de la igualdad entre los ciudadanos colocado en su base” (Myers 2002) Durante los primeros diez años de vida independiente, la guerra contra la metrópoli y la imposibilidad de constituir una autoridad central que impusiera orden en los territorios del ex virreinato ocasionaron una rápida y desordenada sucesión de autoridades municipales, provinciales y centrales, y la rápida convocatoria a congresos, de los cuales, los que llegaron a reunirse, como el de Tucumán en 1816 o la Asamblea del año XIII, dictaron normas y estatutos de efímera vida.
De esta manera el corte con el orden colonial no fue tajante en todos los niveles, los cambios se fueron operando sobre construcciones muy antiguas.  Por otro lado, la extensión de los derechos políticos por la Ley de Elecciones de 1821 en Buenos Aires, que  si bien sirvió para avanzar sobre los resabios estamentales, por ser desusadamente amplia no se tradujo en resultados totalmente favorables al proceso de individuación, porque dirigida a obtener resultados electorales inmediatos, eligió sostener la legitimidad sobre un orden social no demasiado diferente del heredado[4].
            La concesión amplia del sufragio a la población mayor-masculina, revolucionó las prácticas políticas, incrementó la participación  y permitió alcanzar un notable éxito al dotar de legitimidad a  la Sala de Representantes.  La Ley de Elecciones[5] promovió una ampliación del derecho a sufragar, que a partir de entonces pudo ser ejercido por habitantes que antes no lo tenían: libertos, artesanos, peones y domésticos, habrían podido votar libremente. Pero su ampliación no cerró totalmente el proceso de individuación, porque estuvo dirigida a igualar derechos electorales con un fin determinado, que no a establecer una igualdad civil.[6] 

La segunda parte de la obra analiza los sucesos tras la caída del poder central en 1820. A partir de esta coyuntura comenzó un proceso de transformación política general con el surgimiento y consolidación de los Estados provinciales autónomos, pero también con la grave crisis política que debió enfrentar Buenos Aires tras la derrota frente a los caudillos del Litoral, agudizada después de la firma del Tratado del Pilar el 23 de febrero de 1820.      
La ley de sufragio de 1821 dispone: el voto activo otorgado a "todo hombre libre" mayor de 20 años, y el voto directo. Según Marcela Ternavasio esta va a ser: "una respuesta pragmática a una situación política local que requería de un nuevo régimen representativo para legitimar el poder surgido de la crisis del año 20". Asimismo con la fundación del nuevo régimen representativo se afianza en el poder político un grupo reducido de notables que alterna el cargo de representante durante los primeros años de 1820, y que si bien a partir del 27 se renueva parte de ese grupo (ingresan al poder político personajes que hasta ese momento no habían tenido participación: comerciantes que devienen luego en hacendados) con el triunfo del federalismo esta renovación es mas bien parcial.
Vehículo principal de propaganda fue la prensa, importante difusor de las listas y cuestiones electorales. Las descripciones coinciden en señalar la agitación que vive la ciudad los días anteriores a la elección (cuando se negocia y se hace propaganda) y la notable movilización durante el suceso. Lo novedoso es el enfrentamiento en las mesas electorales entre los grupos de votantes, quienes, acaudillados por líderes menores, manifiestan consignas y símbolos de identidad de las facciones en pugna. No obstante este enfrentamiento no tiene su correlato en la presencia de dos listas claramente diferenciadas y los personajes identificados con las facciones en pugna aparecen mezclados en las mismas listas.
Vale aclarar que un cambio más significativo sobreviene luego de 1827. Hasta esa fecha la práctica de las candidaturas, si bien agitada, no generaba actos de violencia destacados, y se consideraba que no debilitaba ni a la estabilidad gubernamental ni a la legalidad electoral como fuente de legitimidad. Pero la división que se venía manifestando dentro del Congreso Nacional entre unitarios y federales se trasladó al ámbito provincial, articulándose a la ya consolidada competencia internotabiliar y produciendo la única ruptura de la legalidad electoral vigente con la Revolución del 1° de diciembre de 1828[7].
Finalmente, en la tercera parte del libro, Ternavasio analiza el gobierno de Juan Manuel de Rosas y sus prácticas políticas. En 1835 con la designación de Rosas como gobernador con la suma de los poderes públicos se inicia una nueva etapa  caracterizada por la unanimidad basada en la lista única que elaboraba el propio Rosas y cruzada, muchas veces, con convocatorias de tipo plebiscitarias. Rosas no deja nunca de celebrar las elecciones anuales para renovar los miembros de la Sala, dándole mucha importancia al rito. En esta instancia teórica, Ternavasio propone, retomando y complejizando argumentos ya desarrollados por ella en trabajos anteriores, una explicación “institucional” del desarrollo del sistema de poder unanimista y de su triunfo en todo el ámbito de la Provincia de Buenos Aires a partir del ascenso al poder de Juan Manuel de Rosas[8].
En la ciudad el piso de electores se crea luego de dictada la Ley de 1821. Esa fecha representa un cambio notable en la cantidad de votantes movilizados, y no parece modificarse luego de 1835. En la campaña, en cambio, el número de votantes crece de manera significativa.
Dicho crecimiento es mucho más marcado en la nueva línea de frontera ganada al indígena desde 1933 con el voto masivo de las milicias. Esto marca la ruralización de la política: la expansión de la frontera electoral en un territorio recién incorporado bajo la tutela estatal, junto a la movilización producida a través del sufragio en poblados débilmente asentados, reflejan la estrecha articulación que se entabla en la época de Rosas entre el voto y la consolidación del poder provincial en el campo. ¿Esta unanimidad suponía movilización de votantes reales o inventados?
De esta manera el ritual que expresan los documentos a través de los cuales se organiza el acto electoral parece responder en parte a este interrogante. La exhortación a los jueces de paz de que sea más numerosa la votación, todos los detalles de los preparativos de las elecciones indican una fuerte voluntad por movilizar a votantes reales. Incluso la cantidad de boletas que el gobernador mandaba a imprimir nos habla de esta fuerte voluntad por producir el sufragio y movilizar a los votantes.

En conclusión La revolución del voto es, como su título lo indica, una historia que reinterpreta a los sucesivos regímenes electorales adoptados en el Río de la Plata entre 1810 y 1852, considerado para algunos teóricos, como Myers,  “un nuevo punto de partida para la renovada exploración de nuestro pasado decimonónico”. Debe subrayarse, además, que desde el punto de vista no ya de la historia política, sino desde el enfoque puesto sobre las “ideas políticas”, esta investigación constituye un valioso aporte a nuestro conocimiento de un período aún imperfectamente explorado y de difícil comprensión.





[1] Marcela Ternavasio es historiadora. Se graduó en la Universidad Nacional de Rosario, obtuvo su Maestría en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales y se doctoró en la Universidad de Buenos Aires. Es profesora de Historia Argentina en la Escuela de Historia de la Universidad Nacional de Rosario, miembro de la Carrera del Investigador Científico del CONICET e Investigadora del Instituto de Historia Argentina y Americana "Dr. Emilio Ravignani" de la Universidad de Buenos Aires. Ha realizado investigaciones en las universidades de Florencia y Turín, Italia. Especializada en cuestiones políticas, ha publicado artículos sobre el régimen municipal y el sistema político-institucional de Santa Fe, y sobre las prácticas electorales en Buenos Aires en la primera mitad del siglo XIX. Éstos aparecieron en revistas académicas, como el Boletín del Instituto Ravignani, Cuadernos del CLAEH y el Anuario de la Escuela de Historia de Rosario, y en obras colectivas, compiladas respectivamente por Antonio Annino, Hilda Sabato, Marco Bellingieri, Marie Couillard y Patrick Imbert, Noemí Goldman y Ricardo Salvatore

[2] Marcela Ternavasio “Hacia un régimen de unanimidad política y elecciones en Bs As 1828-1850 pp 119-125
[3] Chiaramonte J.C., 1989, "Formas de identidad en el Río de la Plata luego de 1810", Boletin del Instituto de Historia Argentino y Americana Dr. Emilio Ravignani, FFyL, UBA, 1, 3a serie
[4] Ternavasio, 2001, pp 75-91
7 Que en sus dos primeros artículos dice:
1- Será directa la elección de los representantes, que deben completar la Representación Extraordinaria y Constituyente.
                2- Todo hombre libre, natural del país, o avecindado en él, desde la edad de los 20 años, o antes si fuere emancipado será hábil para elegir.
[6] Derechos Civiles son: de justicia, de libertad de la persona, de expresión, de credo, de propiedad privada, de contratar.
[7] Lavalle no cuestionó el régimen representativo sino que intento negociar la conformación de una lista de candidatos unificada, consensuada por la elite, puesto que para ese año las practicas estaban resultando incontrolables y por lo tanto peligrosas para la propia estabilidad del orden político así como para los grupos que conformaban la elite.

[8]Esta constituye una explicación sumamente original, ya que si bien incorpora algunos de los aportes más novedosos efectuados a partir de la “gran renovación” de los estudios históricos argentinos desde los años ‘60 en adelante –como por ejemplo los estudios acerca del rol de los domiciliados en la definición de la ciudadanía electoral en los años 1810 y 20 de Carlos Cansanello, o los trabajos sobre la militarización y la ruralización de la política bonaerense de Tulio Halperín Donghi, o las hipótesis acerca de las formas de representación corporativistas de Antiguo régimen postuladas por Francois-Xavier Guerra-, la síntesis que ella efectúa en su propia argumentación los resignifica de un modo no solo realmente novedoso, sino en extremo convincente. Más aún, un análisis que privilegie las instituciones y/o las prácticas políticas de la primera mitad del siglo diecinueve tampoco ha estado ausente de otras obras recientes, desde Civilidad y política de Pilar González hasta la larga serie de trabajos en los cuales Tulio Halperín Donghi ha examinado esa etapa de la historia Argentina