Marcela Ternavasio, “La revolución del voto. Política
y elecciones en Buenos Aires 1810-1852” ,
Buenos Aires, Siglo XXI, 2001.
En esta obra Marcela Ternavasio[1]
plantea y describe el proceso de electoral que fue organizando el nuevo régimen
representativo después de de 1810
a través del examen de los cambiantes regímenes
electorales y de las prácticas autorizadas planteando una interpretación general de la peculiar
naturaleza de la sociedad bonaerense en su tránsito del Antiguo régimen a la
modernidad.
Para este arduo trabajo, la autora ha abordado diversas fuentes
tanto cuantitativas y cualitativas, vale destacar por ejemplo: Ley de
Elecciones, Bs As, 14 de agosto de 1821, Leyes y decretos promulgados en Bs As
desde 25 mayo 1810 a
fines diciembre 1835, Diarios de época (“El tiempo”, “La gaceta mercantil”),
Elecciones (actas, padrones, escrutinios, registros), Correspondencia entre Lavalle y Rosas, Diarios de Sesiones de
la Junta de
Representantes 1829-1832, Proyecto de Constitución provincial presentado por un
grupo de federales en la Sala
de Representantes en 1833, Mensajes del Gobernador Rosas a la legislatura y
Correspondencia de Rosas con sus subordinaos días antes de las elecciones.
A partir de un acercamiento
explicativo a la gran pregunta que gira en torno a la disputa por el poder
político, tomando como principal punto de observación las acciones desplegadas
por los grupos involucrados en los procesos electorales y los efectos que
generaron tales acciones y las representaciones elaboradas a partir de ellas en
la dinámica de funcionamiento del sistema político, la autora propone
por lo menos dos hipótesis que se apartan sustancialmente de la visión
tradicional, aún deudora en gran medida
de las grandes construcciones interpretativas del siglo XIX.
En primer término, la historiografía tradicional ha relegado a un
segundo plano los procesos electorales y el rol de las instituciones en el
desarrollo político de los estados, a lo cual Ternavasio propone el restituir
las instituciones políticas y los regímenes electorales a un lugar destacado en
el desarrollo político del Río de la
Plata , ya que han jugado un papel decisivo sobre el
desarrollo político de la institucionalidad “formal” adoptado por el Estado.
En segundo lugar, intentará reinstalar el tema del caudillismo en el
marco de una reflexión diferente, explicando cuáles fueron los mecanismos
formales e informales que, asociados al sufragio y fuera de los mecanismos
típicos de coacción, que hicieron posible el tránsito de un régimen notabiliar
a uno de unanimidad en el Estado de Bs As concluyendo en una análisis sobre la
legitimación sobre la que Rosas fundó la obediencia política. Desde su punto de
vista la legitimidad rosista no fue el simple resultado de la imposición
militar de un caudillo. A ella se debe agregar un consenso que a través de
distinto mecanismos hizo posible la continuidad por casi dos décadas de un
régimen unanimista.
De esta forma Marcela Ternavasio busca destacar un hecho muy poco
conocido, que recién en las dos últimas décadas los investigadores han empezado
a transitar: desde 1821, en Buenos Aires, los gobernantes fueron designados de
manera directa mediante el sufragio universal masculino. El sistema electoral
que se impone en 1821 tiene la peculiaridad de ser muy amplio si se lo compara
con otros sistemas electorales que regían en países de Europa y de América[2]. ¿Qué papel jugó en
la instauración de una nueva legitimidad política basada en formas republicanas
de gobierno? ¿Quiénes votaban, cómo lo hacían y que efectos tuvo el acto de
sufragar para una sociedad acostumbrada a jurar fidelidad a un rey muy lejano y
desconocido? La ley establecía que para ser electo el ciudadano
tenía que tener propiedad, inmueble o industrial, pero no determinaba ningún
nivel de renta. Por lo tanto, cualquier pequeño propietario, hasta un artesano,
podía ser electo como representante.
De esta manera el voto no era obligatorio ni secreto. La mayoría de
la gente no acudía a votar, y la elite dirigente debía hacer muchos esfuerzos
para que fuera a votar porque existía la convicción de que cuantos más votos
había, más se legitimaba su poder político. Frente a ese alto abstencionismo
comienza a haber ya a fines de la década de 1810 y principios de la próxima
ciertas propuestas que están muy vinculadas a la noción de voto como
obligación, como deber.
De esta manera, tuvo como consecuencia un significativo cambio
en los mecanismos de movilización y la instauración de una nueva práctica, la
lucha por las candidaturas. Este fenómeno desarrolló al máximo la competencia
internotabiliar, en la que un elenco estable de personas se alternaba en los
cargos, según una frecuencia directamente proporcional a la capacidad de
negociación de cada uno para imponerse.
Es necesario mencionar que la ley establecía mecanismos
diferenciados en ciudad y campaña para la designación de diputados a la Sala. Mientras que
en el espacio urbano los electores votaban por una lista de 12 candidatos en la
campaña lo hacían por 1 ó 2. Esta diferencia normativa contribuyó a que en la
ciudad se diera la lucha por las candidaturas y que en el campo se impusiera
rápidamente la unanimidad.
El libro se divide en tres partes. En la primera parte la autora da
cuenta de las nuevas investigaciones que
se oponen a la historiografía tradicional. Chiaramonte insiste en que a
comienzos del siglo XIX no existían ni la idea de nación ni de nacionalidad
Argentina. Su investigación consiste en reformular temas como la identidad, la
soberanía y la representación política de esa época. Además, se trabaja en el
relevamiento del vocabulario político: “por
pueblo se entendía principalmente un conjunto privilegiado de vecinos” y la
“democracia era una palabra mal vista, sinónimo de anarquía y de desborde de la
plebe”[3]
La nación como tal no nació el 25 de Mayo de 1810, en esa fecha
comenzó a ser “reemplazado el Antiguo Régimen –basado en las jerarquías
corporativas y aristocráticas– por una sociedad moderna, sin privilegios
hereditarios, ni rangos aristocráticos y con el principio de la igualdad entre
los ciudadanos colocado en su base” (Myers 2002) Durante los primeros diez
años de vida independiente, la guerra contra la metrópoli y la imposibilidad de
constituir una autoridad central que impusiera orden en los territorios del ex
virreinato ocasionaron una rápida y desordenada sucesión de autoridades
municipales, provinciales y centrales, y la rápida convocatoria a congresos, de
los cuales, los que llegaron a reunirse, como el de Tucumán en 1816 o la Asamblea del año XIII, dictaron
normas y estatutos de efímera vida.
De esta manera el corte con el orden colonial no fue tajante en
todos los niveles, los cambios se fueron operando sobre construcciones muy
antiguas. Por otro lado, la extensión de
los derechos políticos por la Ley
de Elecciones de 1821 en Buenos Aires, que
si bien sirvió para avanzar sobre los resabios estamentales, por ser
desusadamente amplia no se tradujo en resultados totalmente favorables al
proceso de individuación, porque dirigida a obtener resultados electorales
inmediatos, eligió sostener la legitimidad sobre un orden social no demasiado
diferente del heredado[4].
La
concesión amplia del sufragio a la población mayor-masculina, revolucionó las
prácticas políticas, incrementó la participación y permitió alcanzar un notable éxito al dotar
de legitimidad a la Sala de Representantes. La
Ley de Elecciones[5]
promovió una ampliación del derecho a sufragar, que a partir de entonces pudo
ser ejercido por habitantes que antes no lo tenían: libertos, artesanos, peones
y domésticos, habrían podido votar libremente. Pero su ampliación no cerró
totalmente el proceso de individuación, porque estuvo dirigida a igualar
derechos electorales con un fin determinado, que no a establecer una igualdad
civil.[6]
La segunda parte de la obra analiza los sucesos tras la caída del
poder central en 1820. A
partir de esta coyuntura comenzó un proceso de transformación política general
con el surgimiento y consolidación de los Estados provinciales autónomos, pero
también con la grave crisis política que debió enfrentar Buenos Aires tras la
derrota frente a los caudillos del Litoral, agudizada después de la firma del
Tratado del Pilar el 23 de febrero de 1820.
La ley de sufragio de 1821 dispone: el voto activo otorgado a
"todo hombre libre" mayor de 20 años, y el voto directo. Según
Marcela Ternavasio esta va a ser: "una respuesta pragmática a una
situación política local que requería de un nuevo régimen representativo para
legitimar el poder surgido de la crisis del año 20". Asimismo con la
fundación del nuevo régimen representativo se afianza en el poder político un
grupo reducido de notables que alterna el cargo de representante durante los
primeros años de 1820, y que si bien a partir del 27 se renueva parte de ese
grupo (ingresan al poder político personajes que hasta ese momento no habían
tenido participación: comerciantes que devienen luego en hacendados) con el
triunfo del federalismo esta renovación es mas bien parcial.
Vehículo principal de propaganda fue la prensa, importante difusor
de las listas y cuestiones electorales. Las descripciones coinciden en señalar
la agitación que vive la ciudad los días anteriores a la elección (cuando se
negocia y se hace propaganda) y la notable movilización durante el suceso. Lo
novedoso es el enfrentamiento en las mesas electorales entre los grupos de
votantes, quienes, acaudillados por líderes menores, manifiestan consignas y
símbolos de identidad de las facciones en pugna. No obstante este
enfrentamiento no tiene su correlato en la presencia de dos listas claramente
diferenciadas y los personajes identificados con las facciones en pugna
aparecen mezclados en las mismas listas.
Vale aclarar que un cambio más significativo sobreviene luego de
1827. Hasta esa fecha la práctica de las candidaturas, si bien agitada, no
generaba actos de violencia destacados, y se consideraba que no debilitaba ni a
la estabilidad gubernamental ni a la legalidad electoral como fuente de
legitimidad. Pero la división que se venía manifestando dentro del Congreso Nacional
entre unitarios y federales se trasladó al ámbito provincial, articulándose a
la ya consolidada competencia internotabiliar y produciendo la única ruptura de
la legalidad electoral vigente con la Revolución del 1° de diciembre de 1828[7].
Finalmente, en la tercera parte del libro, Ternavasio analiza el
gobierno de Juan Manuel de Rosas y sus prácticas políticas. En 1835 con la
designación de Rosas como gobernador con la suma de los poderes públicos se
inicia una nueva etapa caracterizada por
la unanimidad basada en la lista única que elaboraba el propio Rosas y cruzada,
muchas veces, con convocatorias de tipo plebiscitarias. Rosas no deja nunca de
celebrar las elecciones anuales para renovar los miembros de la Sala , dándole mucha
importancia al rito. En esta instancia teórica, Ternavasio propone, retomando y
complejizando argumentos ya desarrollados por ella en trabajos anteriores, una
explicación “institucional” del desarrollo del sistema de poder unanimista y de
su triunfo en todo el ámbito de la
Provincia de Buenos Aires a partir del ascenso al poder de
Juan Manuel de Rosas[8].
En la ciudad el
piso de electores se crea luego de dictada la Ley de 1821. Esa fecha representa un cambio
notable en la cantidad de votantes movilizados, y no parece modificarse luego
de 1835. En la campaña, en cambio, el número de votantes crece de manera
significativa.
Dicho crecimiento es mucho más marcado en la nueva línea de frontera
ganada al indígena desde 1933 con el voto masivo de las milicias. Esto marca la
ruralización de la política: la expansión de la frontera electoral en un
territorio recién incorporado bajo la tutela estatal, junto a la movilización
producida a través del sufragio en poblados débilmente asentados, reflejan la
estrecha articulación que se entabla en la época de Rosas entre el voto y la
consolidación del poder provincial en el campo. ¿Esta unanimidad suponía
movilización de votantes reales o inventados?
De esta manera el ritual que expresan los documentos a través de los
cuales se organiza el acto electoral parece responder en parte a este
interrogante. La exhortación a los jueces de paz de que sea más numerosa la
votación, todos los detalles de los preparativos de las elecciones indican una
fuerte voluntad por movilizar a votantes reales. Incluso la cantidad de boletas
que el gobernador mandaba a imprimir nos habla de esta fuerte voluntad por
producir el sufragio y movilizar a los votantes.
En conclusión La revolución del voto es, como su
título lo indica, una historia que reinterpreta a los sucesivos regímenes
electorales adoptados en el Río de la
Plata entre 1810 y 1852, considerado para algunos teóricos,
como Myers, “un nuevo punto de
partida para la renovada exploración de nuestro pasado decimonónico”. Debe
subrayarse, además, que desde el punto de vista no ya de la historia política,
sino desde el enfoque puesto sobre las “ideas políticas”, esta investigación
constituye un valioso aporte a nuestro conocimiento de un período aún
imperfectamente explorado y de difícil comprensión.
[1] Marcela Ternavasio
es historiadora. Se graduó en la Universidad Nacional
de Rosario, obtuvo su Maestría en la Facultad Latinoamericana
de Ciencias Sociales y se doctoró en la Universidad de Buenos Aires. Es profesora de
Historia Argentina en la
Escuela de Historia de la Universidad Nacional
de Rosario, miembro de la
Carrera del Investigador Científico del CONICET e
Investigadora del Instituto de Historia Argentina y Americana "Dr. Emilio
Ravignani" de la
Universidad de Buenos Aires. Ha realizado investigaciones en
las universidades de Florencia y Turín, Italia. Especializada en cuestiones
políticas, ha publicado artículos sobre el régimen municipal y el sistema
político-institucional de Santa Fe, y sobre las prácticas electorales en Buenos
Aires en la primera mitad del siglo XIX. Éstos aparecieron en revistas
académicas, como el Boletín del Instituto Ravignani, Cuadernos del CLAEH y el
Anuario de la Escuela
de Historia de Rosario, y en obras colectivas, compiladas respectivamente por
Antonio Annino, Hilda Sabato, Marco Bellingieri, Marie Couillard y Patrick
Imbert, Noemí Goldman y Ricardo Salvatore
[2] Marcela Ternavasio “Hacia un régimen de unanimidad política y
elecciones en Bs As 1828-1850” pp 119-125
[3] Chiaramonte J.C., 1989,
"Formas de identidad en el Río de la Plata luego de 1810", Boletin del Instituto
de Historia Argentino y Americana Dr. Emilio Ravignani, FFyL, UBA, 1, 3a
serie
[4] Ternavasio, 2001, pp 75-91
1- Será directa la elección de los
representantes, que deben completar la Representación
Extraordinaria y Constituyente.
2- Todo hombre
libre, natural del país, o avecindado en él, desde la edad de los 20 años, o
antes si fuere emancipado será hábil para elegir.
[6] Derechos Civiles son: de justicia, de libertad de la persona, de
expresión, de credo, de propiedad privada, de contratar.
[7] Lavalle no cuestionó el
régimen representativo sino que intento negociar la conformación de una lista
de candidatos unificada, consensuada por la elite, puesto que para ese año las
practicas estaban resultando incontrolables y por lo tanto peligrosas para la
propia estabilidad del orden político así como para los grupos que conformaban
la elite.
[8]Esta constituye
una explicación sumamente original, ya que si bien incorpora algunos de los
aportes más novedosos efectuados a partir de la “gran renovación” de los
estudios históricos argentinos desde los años ‘60 en adelante –como por ejemplo
los estudios acerca del rol de los domiciliados en la definición de la
ciudadanía electoral en los años 1810 y 20 de Carlos Cansanello, o los trabajos
sobre la militarización y la ruralización de la política bonaerense de Tulio
Halperín Donghi, o las hipótesis acerca de las formas de representación
corporativistas de Antiguo régimen postuladas por Francois-Xavier Guerra-, la
síntesis que ella efectúa en su propia argumentación los resignifica de un modo
no solo realmente novedoso, sino en extremo convincente. Más aún, un análisis que
privilegie las instituciones y/o las prácticas políticas de la primera mitad
del siglo diecinueve tampoco ha estado ausente de otras obras recientes, desde Civilidad
y política de Pilar González hasta la larga serie de trabajos en los cuales
Tulio Halperín Donghi ha examinado esa etapa de la historia Argentina